03 febrero 2010

Arnaldur Indridason consigue que unos deprimentes personajes inviten a una lectura feliz


MATÍAS NIÉSPOLO

En Reikiavik los policías no portan armas. La capital de Islandia es una apacible comunidad de 200.000 almas donde apenas se comenten delitos. Dos asesinatos al año en la isla, según las estadísticas. Que este escenario figure en el mapa de la mejor novela negra no ya nórdica, sino europea, parece ironía, pero no lo es. Hay una razón de peso, se llama Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961).

Con una veintena de traducciones y más de cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, Indridason es una de las pocas celebridades de su país. Pocas, para no decir dos: él y Björk. En España se lo conoce por Las marismas y La mujer de verde. Ahora llega La voz , la quinta entrega de la serie, protagonizada por el inspector Erlendur Sveisson.

Quien encuentre deprimente el estilo de vida del Wallander de Mankell ahora conocerá lo que es bueno. Frío, fracaso y soledad definen a este sabueso. Erlendur tiene una exesposa con la que ya no se habla y dos hijos a los que no vio crecer. Un alcohólico y una yonqui que lucha por salir del infierno tras un aborto. Sus relaciones, por lo demás gélidas, se reducen a sus colaboradores Sigurdur Óli y la agente Elínborg. Y las cuatro horas de sol invernal no logran entibiarlo porque el frío que lo corroe por dentro viene de lejos. De cuando era niño y sobrevivió enterrado en la nieve a una tormenta que se llevó a su hermano.

NARRAR SIN TRAMPAS / Con todo eso Indridason no nos condena al Prozac, sino a la felicidad de lectura. Felicidad que no enturbian las manidas convenciones de género que el islandés respeta con inusual ortodoxia. La investigación arranca con un cuerpo y sigue su curso sin trampas ni pistas falsas, hasta que el sabueso la resuelve, más por persistencia que por astucia innata. En vísperas de Navidad, el portero de un céntrico hotel de Reykjavík aparece apuñalado en el sótano. Se trata de un tipo raro y solitario que el personal apenas conoce, a pesar de que lleva 20 años viviendo en el subsuelo. Para no regresar a su solitario apartamento, Erlendur se instala en el hotel. Mientras intenta infructuosamente ligar con una agente de la científica y recibe las conflictivas visitas de su hija, el inspector descubre en el gris portero a un niño prodigio caído en el olvido, un malbaratado solista de coro infantil.

Si La mujer de verde giraba en torno de la violencia doméstica, aquí el eje es la infancia arrebatada en una trama sencilla que Indridason sabe trenzar con maestría a tres bandas. La historia del niño prodigio se combina con el viejo trauma que sepulta al inspector bajo la nieve y con un caso de maltrato infantil.

La suya es una clara apuesta por el realismo social, en la línea de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, a quienes reconoce sus maestros. Pero Indridason va más allá de la mera denuncia porque enfoca el problema desde múltiples ángulos, sin concesiones a la corrección política, a través de un frío y contenido lirismo, que quizá herede de las viejas sagas islandesas. Si por momentos peca por lineal o didáctico, la popularidad de su prosa es su merecido premio.



LA VOZ / LA VEU
Arnaldur Indridason.
Trad. Enrique Bernárdez / Maria Llopis.
RBA / La Magrana. 336 / 320 p. 17 €

http://www.elperiodico.com/

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