30 noviembre 2009

'Tenemos una larga historia de pillos' Pedro Claver Téllez


El periodista Pedro Claver Téllez, estudioso de los bandoleros, reedita su libro sobre 'Sangrenegra'.


Poco después de encontrarse con una tropa de soldados y, en cada poste y cada árbol del camino, con afiches de 'Se busca' que llevaban la imagen del famoso bandolero Efraín González, el adolescente Pedro Claver Téllez se topó con un desconocido que se resguardaba de la lluvia en una casa caminera cerca a la zona esmeraldera (Boyacá); estaba cómodamente recostado en una silla, mientras tomaba aguardiente. "Siga, señor Téllez", le dijo para después explicarle que había sido mandadero de su papá.

A pesar de que el desconocido no quiso identificarse, Téllez decidió quedarse. Hablaron y tomaron aguardiente mientras escampaba. Téllez nunca le vio un arma ni una actitud agresiva. Una vez cesó la lluvia, el desconocido lo llevó en su caballo hasta el pueblo y le reveló su identidad: "Soy Clemente Roncancio". Se trataba de otro bandolero, aunque quizá no tan sonado como González.

"Desde ese día, y desde mucho antes un poco, cuando mi papá me contaba historias, me apasioné por los bandoleros", dice Téllez, a quien Panamericana acaba de reeditarle su libro 'La hora de los traidores, los últimos días de Sangrenegra', editado por primera vez en 1995.

El periodista y escritor nació en Jesús María, Santander, una región "eminentemente bandolera", como él la describe. Creció escuchando las historias de su padre, que no solo había sido administrador de las minas de esmeraldas de Muzo, sino que había estado 12 años en la Guerra de los Mil Días del lado del general Rafael Uribe Uribe.

Esas narraciones y los encuentros que Téllez tuvo con bandoleros lo iniciaron en el tema que se ha convertido en su especialidad y que ha desarrollado en sus libros 'Crónicas de la vida bandolera' (1987), 'Efraín González' (1993) y 'La hora de los traidores', entre otros.


-¿Por qué se obsesionó con Efraín González?

Era mi paisano y me intrigaba que su segundo apellido era Téllez, como el mío. Descubrí que teníamos una familiaridad, pero que a mi familia le daba pena revelarla. Ellos eran conservadores y nosotros liberales. Cuando lo mataron, vi que mi papá estuvo toda la tarde y toda la noche muy nervioso. Su vida me apasionaba. Había un montón de leyendas alrededor de él, de batallas espectaculares y raptos de mujeres. Además era bien parecido.
Se me dio la oportunidad de verlo jugar billar con un policía, algo que me hizo pensar cómo un bandido de esa categoría, buscado por la Policía y el Ejército, estaba tan tranquilo jugando billar con un policía. Investigué tanto sobre Efraín, tenía tanta información, que me estaba volviendo loco. No sabía por dónde empezar. Me había metido en las hemerotecas, había recorrido 30 pueblos con grabadora en mano escuchando historias y haciendo apuntes y mapas. Escribí un mamotreto de más de mil páginas. Impublicable. Le dediqué más de 15 años a eso.

Pero Téllez no lograba sintetizar su historia para lograr su publicación. Solo después de que una amiga reportera quemara su manuscrito ("reconstrúyalo, si es tan berraco", le dijo), pudo desprenderse y escribir un libro de 600 páginas sobre González. El bandolero ya había aparecido en su libro Crónicas de la vida bandolera con 'Sangrenegra', 'Chispas' y 'Desquite'. "Comencé a buscar detalles significativos en la vida de ellos", comenta, y así fue como surgieron tanto el libro de González como el de 'Sangrenegra'.

-¿Cuál fue el detalle que le permitió contar la historia de 'Sangrenegra'?

Encontré que en su vida había un dato muy importante: su hermano lo había vendido por un préstamo de la Caja Agraria. Me dediqué a investigar sobre él. Me fui al norte del Tolima y al Cairo, en el norte del Valle. Y escribí ese librito (La hora de los traidores) que está en la cuerda floja entre la ficción y la realidad. Está muy ceñido a los hechos reales, lo que pasa es que recurro mucho a los diálogos. La primera edición del libro salió hace 15 años en Panamericana.

-Cuando quiso contar la historia de 'Sangrenegra' ¿a qué dificultades se enfrentó?

A encontrar una técnica, una estructura. En esos días, estaba muy influido por la novela policiaca. 'Acá tiene que haber un perseguido y un perseguidor', pensé. Encontré un dragoneante de la Policía que se había casado con una mujer que había sido violada por 'Sangrenegra'. Este se le había convertido en una obsesión. Se llamaba William Molano Ramos.

-¿Qué tanta fue su inmersión en las huellas que había dejado del bandolero?

Primero hice una investigación sobre lo que se había publicado. Después me fui a los lugares en los que había actuado. Él era de Santa Isabel, cerca al Líbano. Empezó su vida bandolera en el Cairo y allá murió. Recorrí toda la zona. Investigué cosas sobre la época y sobre el personaje y hallé testimonios, curiosidades y lo que queda en la memoria de la gente. Me di cuenta de que sobre estos personajes se fantasea mucho. Como ha habido tantos bandidos en este país y muchos con el agregado 'negro', como 'Águila Negra', 'Sangrenegra', 'Almanegra', la gente se confunde. Hay una cosa difusa en la memoria colectiva. Me volvían más a la realidad las notas de prensa de la época. Sin embargo, esa memoria colectiva es muy importante. Es la historia ya purificada, casi convertida en ficción, eso le da a uno mayores posibilidades narrativas.

-Usted volvió hace poco a la zona con Víctor Gaviria porque él va a hacer una película sobre 'Sangrenegra'. ¿Qué queda?

Una memoria que ronda en la ficción. Estuve recientemente en el Casanare para averiguar cómo recordaban a la guerrilla de los 50 de Guadalupe Salcedo. Entrevisté a las hijas y a los nietos, que inclusive tienen un conjunto musical que se llama Guadalupe. Es un héroe. El papá de uno de ellos es el que compone las canciones. Esa tercera generación de la guerrilla del Llano se ha mitificado, pulido y convertido casi que en ficción.

-¿Qué otras historias de bandoleros están en el tintero?

Me interesa la delincuencia urbana; es importante abordarla desde el periodismo y la narrativa. Por lo general, depende mucho de la delincuencia rural. En Bogotá uno encuentra gente de todas partes. Hay bandas de santandereanos, tolimenses y paisas en Ciudad Bolívar. Ese bandidaje rural se trasladó a la ciudad. Las historias de Víctor son eso.

-¿Qué tantos autores hay hoy dedicados a este tema?

Es un filón que no ha sido tratado desde la narrativa. Hay cantidades de estudios de tipo sociológico e histórico. A mí me apasionan esas historias porque alimentaron mi niñez. Tienen ese lado fantástico, mítico, que no se encuentra en otros personajes más cercanos de la ciudad. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en un bandido urbano, que fue pirata terrestre, contrabandista, falsificador, estafador, que se aproxima mucho a los personajes de la novela negra. Estoy un poco hastiado del ambiente rural. Lo conocí mientras estábamos haciendo el cásting de 'Sumas y Restas'. Pero no sirvió para ser actor. Me contó su vida. Le grabé 33 horas. Desgrabé y llené los vacíos que había. Me hice su amigo y me fui a vivir a su pueblo. Conocí a su familia y a sus hijos. Tengo un libro de 350 páginas sobre el tema.

-¿Dónde encuentra, generalmente, esas nuevas historias?

Las historias lo buscan a uno. Frecuento mucho ciertos ambientes sórdidos: los cafés son una mina de información. Hay un café en el centro en el que he charlado con ex guerrilleros, ex paramilitares, vendedores de esmeraldas y de armas, traficantes de mujeres y hasta detectives. Hoy, a mediodía, estaba tomando tinto solo, como a las 11 a.m., y llegó un muchacho que hizo una exposición de fotografías del M-19 y me dijo: "Don Pedro, lo estamos buscando porque el comandante Raúl está que se muere de un cáncer y él quiere contar sus orígenes en el M-19".

-Es muy posible que sus libros circulen en la selva.

Tirofijo tenía el de Efraín y el de Crónicas de la vida bandolera.

-¿Qué piensa de que él los tuviera?

Que hay una identidad. Que son libros que te invitan a leer porque son parte de la historia del país sobre la cual hay análisis muy sesudos, pero no relatos.

-¿Ha estado en peligro de muerte?

A mí me hizo un atentado Lehder porque estuve muy cerca a una mujer que fue su amante. Me invitó a su penthouse y me robé unas fotos de Lehder. En Cromos publiqué una serie de cinco crónicas y varias fotos de ese álbum robado. Yo estaba esperando un bus y vi una mano armada y me volteé. Me salvé por el giro. La bala me atravesó una chaqueta de cuero y una billetera. Caí, me levanté, corrí y me metí a un antejardín. Cuando llegué a Cromos timbró el teléfono y me dijeron: "Te salvaste, hijueputa. Pero yo sé dónde viven tu mujer y tu hija". Me consiguieron un viaje rápido para México. Estuve un año allá.

-Después de tanto investigar sobre la violencia en Colombia, ¿de dónde cree que viene?

Tengo una teoría: la violencia nuestra se ha originado a raíz de la mala administración de los recursos naturales: de las esmeraldas -que han producido 500 años de guerra-, del oro, del petróleo, del caucho, del café. Ahora no hay guerra esmeraldera porque no hay producción. Cuando tuvimos el hallazgo más grande del mundo en el año 60, hubo 9 mil muertos en una sola guerra y fueron 30 años de guerra. De hecho, Efraín fue jefe militar de los esmeralderos. Los bandoleros del norte del Tolima, como 'Sangrenegra', 'Desquite' y 'Chispas' fueron utilizados políticamente. Cuando lucharon a nombre de los partidos fueron utilizados por los políticos, pero cuando llegó el Frente Nacional se quedaron sin oficio y comenzaron a matarlos.

- ¿Y la violencia de hoy?

Igual. Nuestra violencia tiene una misma tendencia. Ahora que fui a Casanare conocí a un paraco de los años 50. Tiene 103 años y carga una medalla que le dio un coronel que no se quita ni para bañarse. Se la dio por ser un señalador de la guerrilla del Llano. Le pregunté por Guadalupe Salcedo y me dijo: "Un personaje, un ídolo, pero yo le di dedo". Nuestra violencia tiene una marca inconfundible, como casi toda la violencia latinoamericana. Tenemos una larguísima historia de pillos.

Una vida dedicada al periodismo

Pedro Claver Téllez. Periodista, catedrático y guionista nacido en Jesús María (Santander), comenzó a hacer crónicas, reportajes e historias que entrecruzan la realidad y la ficción desde los años 60. Ha trabajado en los periódicos 'Occidente' y 'El Pueblo' y en las revistas 'Cromos', 'Cambio 16' y 'Diners'.

Entre sus libros se encuentran 'Crónicas de la vida bandolera' (1987), 'Biografía del disparate' (1988), 'Efraín González' (1993), 'La guerra verde' (1993), 'La hora de los traidores' (1995), 'El periodismo como historia' (1998) y 'Rebelde hasta morir' (2002).

El autor y Víctor Gaviria

Debido a su relación con Víctor Gaviria, que comenzó hace unos 20 años, Téllez se apasionó con el cine. Ha colaborado en los guiones de 'Sumas y Restas' y 'La hora de los traidores'. La corporación Gaita Viva y el Bar Habana Café le acaban de editar su libro 'Sumas y Restas, así se hizo la película de Víctor Gaviria'. "Me fui a Medellín como reportero para mirar qué hacía ese loco con la película -dice Téllez-, pero me quedé tres años. Fui el enviado especial más largo de la historia. Terminé trabajando y haciendo un curso de cine. Estuve en las entrevistas y en la edición".

La hora de los traidores, los últimos día de 'Sangrenegra'
Pedro Claver Téllez
Panamericana


Publicado el 27 de noviembre de 2009
Paola Villamarín Foto: Nestor Gómez (TIEMPO)
Cultura y Entretenimiento

http://barranquilla.vive.in/


2 comentarios:

lina maria dijo...

tuve la gran fortuna de conocer ese hombre tan eminente me genera mucha alegria tener en este pais personas tan academicas, autodidactas y academicas como ese gran hombre que conoci en la biblioteca Luis Angel Arango y aquel ser me demostro una sencilles de corazon y una humildad que nunca podre olvidar en las reconditas paginas de mi vida

lina maria dijo...

tuve la gran fortuna de conocer ese hombre tan eminente me genera mucha alegria tener en este pais personas tan autodidactas y academicas como ese gran hombre que conoci en la biblioteca Luis Angel Arango y aquel ser me demostro una sencilles de corazon y una humildad que nunca podre olvidar en las reconditas paginas de mi vida