04 enero 2008

Ya tiene comisario el pueblo


Por Ezequiel Acuña


A finales de los años ’90, el diario italiano La Repubblica revelaba el alcance del fenómeno Camilleri. En su ranking de libros más vendidos, cuatro novelas policiales y una novela histórica ocupaban los primeros cinco puestos. Todas ellas escritas por Andrea Camilleri. Y si bien el Corriere della Sera discrepaba en los números, todo indicaba que el escritor siciliano era el más recomendado por el público. No sólo los números sorprendían: el efecto Camilleri no había sido impulsado por ningún tipo de campaña publicitaria digna de ser llamada oficial, más bien, había crecido a la manera de ondas expansivas generadas por las voces de los lectores. “No estábamos ante un fenómeno de prefabricación publicitaria”, decía, tiempo más tarde, Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo al libro Un mes con Montalbano, “sino al contrario, ante la comprobación de que la literatura más artesanal puede ser ratificada por el gran público mediante el concurso de un nuevo sujeto del cambio de gusto: la vanguardia de los lectores, hoy mucho más determinante que la vanguardia de la crítica”. Casi una ironía, a sus 83 años Andrea Camilleri es considerado hoy en día uno de los aportes más rejuvenecedores de la literatura italiana y el género policial.

En 1994, publicado por la editorial siciliana Sellerio, apareció La forma del agua, novela que dio inicio a la vida del comisario Salvo Montalbano, un policía excéntrico y poco ortodoxo pero de una honestidad inquebrantable. El éxito, sin embargo, llegaría con El perro de Terracota, y de ahí en más la popularidad de Montalbano, hijo pródigo de Camilleri, fue en ascenso hasta su triunfal adaptación para la televisión en 1999 registrando el mayor nivel de audiencia del año. Para ese entonces, Andrea Camilleri contaba con 74 años y una corta carrera en el ámbito de la literatura, aunque conocía a la perfección los pasillos y escenarios del arte. Nacido en 1925 en Puerto Empedocles, ciudad signada por el comercio del azufre, arribó a Roma a los 23 años con una beca de estudios para convertirse en profesor en la Escuela de Arte Dramático. Durante casi cuarenta años Camilleri trabajó como escenógrafo, guionista y director tanto en teatro como en televisión llevando a la pantalla chica varias de las novelas de Simenon.

Previamente a la aparición de la serie literaria de Montalbano, Camilleri llevaba publicadas tres novelas históricas. El curso de las cosas, la primera de ellas, había sido rechazada por las editoriales durante diez años hasta su publicación a principios de los ‘80, para conocer el éxito en su reedición de 1997. Sin embargo, y a pesar de formar parte del fenómeno, los relatos históricos que Camilleri continuó escribiendo a la par de sus novelas policiales quedaron eclipsados por la reluciente y popular figura del comisario Montalbano.

La única forma de ser siciliano, dice Camilleri, es siendo irónico. La ironía como una forma de redención atraviesa ese universo siciliano complejo y contradictorio que Camilleri pone en escena en sus novelas, un espacio marcado por la resignación y la superstición. Hay en su literatura un abordaje recurrente de la condición del hombre isleño, ese ser apartado por la historia política, poseedor de un fuerte sentido de la amistad. Y así es que el libro Un mes con Montalbano fue presentado con la intención de componer un muestrario de la mentalidad siciliana. Sin embargo es en sus novelas históricas donde el espíritu isleño brota con mayor fuerza y contundencia a partir de un andamiaje narrativo que convierte al espacio físico en un actor más del acontecer histórico.

El trabajo con la lengua siciliana se vuelve fundamental en la recreación de ese espacio cultural y en el armado de los personajes. Camilleri escribe en italiano sin abandonar nunca el dialecto de la isla, cargado de texturas y matices que encierran el secreto de un ser siciliano, inabarcable en el fondo, pero que puede ser entrevisto en esa mixtura. De allí también su búsqueda constante por lograr el mayor coloquialismo en la narración que, lejos de la etiqueta de “prosa fácil” que sus detractores le han querido atribuir, responde más bien a la convicción de que el hombre y la cultura se forman a partir de un lenguaje donde habita la idiosincrasia, como si allí se hallaran escondidas la violencia, la resignación, los fracasos y la laboriosa voluntad que caracteriza al hombre siciliano.

Como todo escritor que supera la media de ventas, Camilleri fue centro de la eterna discusión entre literatura culta y literatura comercial. “No se puede pasar impunemente”, reconoce Camilleri “de vender 150.000 ejemplares a casi un millón en tan poco tiempo”. Sin embargo, alcanza con leer algunos de sus libros para comprobar que el escritor siciliano no pertenece concretamente a ninguna de esas dos anticuadas clasificaciones. En sus novelas, los recursos de la novela de intriga funcionan como motivación de un relato minucioso y renovador de los sucesos históricos. El estilo popular no es más que una consecuencia del tratamiento de un ambiente regional y costumbrista que Camilleri utiliza para tematizar las repercusiones del fascismo, la corrupción política y el accionar de una mafia siciliana siempre presente. Detrás de todo el humor y la ironía de Camilleri se esconde una mirada sagaz de la historia y del decadente destino político de la isla.

Resulta demasiado sencillo suponer que la atención que han recibido sus artículos críticos en Micromega, L’Unità y L’Espresso se debe sólo a su éxito editorial. Sin embargo, haciendo honor a su pasado como militante del PCI, Camilleri ha logrado acercarse más a la figura del intelectual comprometido que a la del escritor de moda. Junto con Umberto Eco y Vincenzo Consolo, Camilleri forma parte desde hace algunos años del grupo de artistas e intelectuales que se oponen públicamente a la nueva política italiana y a la figura del antiguo primer ministro Silvio Berlusconi, satirizado por Camilleri en El incorregible, una fábula apocalíptica e irónica que dio lugar a una prolongada polémica en los medios de comunicación italianos. “Hoy, la política”, escribió Camilleri, “se presenta como una secuencia de chantajes entremezclados dentro de un gigantesco acuario, donde las distorsiones ópticas alteran continuamente la realidad del cuadro: peces-sapo que parecen estar en un sitio, un segundo después se transforman en peces espada y cambian de posición, enturbiando cada vez más el agua”.

Frente a la pregunta de por qué escribía siempre sobre Sicilia, Leonardo Sciascia respondía: “Sicilia es el mundo”. De la misma forma, Camilleri explora en la historia de la isla, buscando alcanzar entre las particularidades de la región, aquella realidad que responde a los designios del mundo. Las novelas de Camilleri devuelven una imagen grotesca que trasciende los límites geográficos de la isla como si, disimulada detrás de las palabras, se escondiera una realidad inalcanzable, inasible, y que puede ser hallada en cualquier rincón del mapa. Tal vez por eso sus libros parecen ser el resultado de una larga interrogación sobre la forma de representación, como si en la puesta en escena de los sucesos históricos de Sicilia se encontrara la clave para vislumbrar los débiles destellos de la realidad en su forma más pura. Y como si en el destino de Sicilia se reflejara el destino de la humanidad.



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